Una Danza de Pájaros: vuelo, tambores y resistencia
Samuel Torres y la música como territorio compartido—En clave de libertad

“Una Danza de Pájaros: vuelo, tambores y resistencia” es una crónica reflexiva inspirada en el más reciente concierto del maestro Samuel Torres en el National Sawdust de Brooklyn. Crédito: Ramiro Antonio Sandoval | Cortesía
Una noche de esas frescas de primavera en Williamsburg, Brooklyn. El afuera se oía con la urgencia habitual de la ciudad, pero adentro, en la penumbra vibrante de National Sawdust, el tiempo suspendía su paso. Aquella sala íntima —descrita por el New York Times como “el nuevo templo de la música vital”— albergaba algo más que un concierto: se preparaba para un rito de comunión, de vuelo compartido, de memoria sonora y migración espiritual. El auditorio se adorna con la proyección de una especie de grabado en la pared de un pájaro en vuelo. Esta imagen me llevó de inmediato al Chibiriquete colombiano—una imagen estética tradicional— o quizá una pintura rupestre, pensé.
En el centro del escenario, un círculo de luz contenía un set de cinco congas, como un nido a punto de estallar. Cuarteto de cuerdas, piano, maderas, metales. Cada instrumento parecía una extensión del cuerpo invisible de una bandada en formación. No había director con batuta, pero sí una brújula: Samuel Torres, bogotano de alma rítmica, tejía los aires con manos que hablaban más de lo que el lenguaje permite.
Aquí el sonido no viajaba. Volaba.
La suite se llamaba Una Danza de Pájaros y, desde su primer compás, dejó claro que esto no era una interpretación. Era una evocación. Una ceremonia de percusiones, vientos y cuerdas donde cada nota era plumaje, cada ritmo un ala, y cada silencio una migración contenida.
Así sonaría la selva si fuera orquesta, pensé. Así sonarían nuestras raíces si se atrevieran a hablar todas juntas, sin jerarquías, sin etiquetas. El corazón de la música afro-latina, del jazz, de la música de cámara y de las memorias de una nación que ha tenido que aprender a migrar —no solo por necesidad, sino por supervivencia— encontraba aquí un nuevo lenguaje.
Una bandada invisible parecía sobrevolar el techo del teatro. Yo también era parte de ese vuelo.
El vuelo de los pájaros: ecos de un peregrinaje Sufi
Recordé La Conferencia de Los Pájaros, el poema Sufi del siglo XII de Farid Uddin Attar. En él, todas las aves del mundo emprendían juntas una travesía en busca de un rey ideal. Cada especie representaba nuestras dudas, egoísmos y anhelos. Debían cruzar siete valles: el amor, la incertidumbre, el desapego… y al final, descubrían que lo que buscaban no estaba fuera, sino en la unidad misma.
Como en la suite, el vuelo no es sólo físico: es espiritual. Me lo confirmó Samuel Torres en conversación posterior: “la música, como el vuelo, evidencia que la fuerza está en la unión”. Me contaba que le parecía hermosa la metáfora porque en el cielo no hay fronteras, y que si los pájaros vuelan juntos es porque saben que solos no llegan lejos. Peter Brook, en los 70, llevó este poema al teatro en París, con una secuela en 2014. Esa noche en el National Sawdust, los instrumentos parecían formar una gran bandada, como si atendieran también a un llamado ancestral.
Migrar: el vuelo en resistencia
En la suite, el movimiento Espacios en expansión evoca la migración como apertura de horizontes. Pero muchas veces el vuelo no es una elección. Las aves migran por instinto, sí, pero también huyen de la devastación. Así también migran los pueblos, forzados por la violencia, la pobreza, la inequidad o la persecución.
Me dijo Samuel que este trabajo era también un homenaje a quienes se ven obligados a partir. A quienes cruzan sin mapas y sin red. Colombia es hoy hogar de más de 2,5 millones de personas migrantes, en su mayoría venezolanos, y al mismo tiempo exporta migración a diario. Es una nación que migra y acoge, que parte y recibe. La migración es una realidad viva, y en su música, Samuel la nombra, la canta y la abraza.
Pero también, este vuelo forzado plantea preguntas urgentes. ¿Quiénes despojan, expulsan, empujan a migrar? ¿Por qué naturalizamos la tragedia? La migración debería ser como el vuelo de los pájaros: libre, necesaria, parte de un equilibrio con el entorno. Para que así sea, debemos sanar las causas, y también confrontar a quienes las perpetúan. La música, como la migración, puede ser dolor, pero también puede ser propuesta. Camino. Comunidad. Resistencia.
Su obra se convierte así en un puente: no solo entre géneros musicales, sino entre territorios fracturados. Un canto de empatía y resistencia. Una migración sonora que no divide, sino que une.
Una vida en clave de tambor
Samuel creció en Bogotá, hijo de madre soltera, de quien hereda entre muchos valores, su firmeza de carácter, determinación y la terquedad luminosa de quien no negocia los sueños. Cualidades que hoy día, doña Norita Martínez celebra con amplia sonrisa, en todos los conciertos de su hijo, sentada en primera fila con el amor de toda la vida en cada aplauso.
Samuel creció con la disciplina del colegio católico de la época, que, aunque gran apoyo durante su crecimiento y desarrollo personal, me dice, debió ocultar con frecuencia, su sensibilidad artística y pasión por la música. En cambio, fue inspirado tempranamente por su tío, el gran director musical y arreglista de los famosos: Eddie Martínez. De él heredó la mirada de músico, su generosidad de colaborador, su genialidad de arreglista y compositor para otros, pero también, la visión del mundo.
Estudió música y composición en la Universidad Javeriana, luego jazz y composición en el Manhattan School of Music. Ha compuesto música para cine y teatro, ha tocado y arreglado junto a figuras como Hector Martignon, Arturo Sandoval, Yo-Yo Ma, Shakira, Ricky Martin, Lila Downs, Marc Anthony, Richard Bona y Paquito D’Rivera, entre otros. Pero su obra mayor consiste en componer desde la raíz.
Presentó esta suite en escenarios en Alemania, con la Filarmónica de Berlín, en Nueva York, Colombia, y en especial, en el Teatro Nacional de Cuba, junto a la Sinfónica Nacional de ese país. Allí rindió tributo a la música cubana, integrando ritmos colombianos, en concierto de congas y orquesta sinfónica, en el corazón de La Habana, honrando a todos y cada uno de sus maestros.
“…Me dijo la nieta de Armando Romeu, uno de los grandes compositores de Cuba, me dijo; tú cumpliste el sueño de mi abuelo”
Hoy, Samuel se reta a sí mismo: componer para pequeños ensambles, sin la protección de grandes orquestas. “Seguir creciendo hacia la esencia, no hacia el tamaño”, dice. El encuentro con la vulnerabilidad como forma de evolución.
Durante el concierto, las visuales de Diego Pombo —aves en movimiento— acompañaban la suite. Pombo lo dijo: “No busco unirme a una élite. Lo que quiero es que mi arte sea una celebración de la vida y no algo solo para amantes del arte o conocedores.”. Lo mismo podría decir Samuel Torres.
La artista invitada: Lucía Pulido, una voz que atraviesa fronteras
Samuel hizo una pausa en la suite, sonrió hacia el público y, tras presentar a su talentoso grupo de músicos y agradecer amorosamente a su esposa, anunció la llegada de una invitada especial. Al escenario subió Lucía Pulido, voz legendaria que por décadas ha sabido transformar las raíces del folclor colombiano en música universal. Entonces, la sala pareció expandirse. Como si la primavera floreciera también en su garganta, Pulido interpretó un bolero inmortal que hizo que muchos cerraran los ojos, reviviendo nostalgias propias o imaginadas.
Nacida en Yopal, Casanare, Lucía creció rodeada de joropos, guabinas, bambucos y cumbias. Desde los ochenta, en dúo con Iván Benavides, dejó huella profunda en la nueva canción colombiana. Ya en Nueva York, fusionó las tradiciones con el jazz latino y la experimentación.
Aquella noche, su voz atravesó tiempos y espacios. Cantos de zafra, guabinas y torbellinos se volvieron migración misma. La música, en voz de Pulido, era puente entre Colombia y Nueva York, entre Samuel y su público. Fue un acto de comunión, una afirmación sonora del vuelo compartido.
Quiero Bailar Contigo Seriamente: tres vuelos esenciales hacia la unidad
Cada movimiento de la suite tiene su alma, pero tres de ellos actúan como pilares fundamentales:
- Desde la quietud (From Stillness): El latido nace en el silencio. Las congas despiertan con memoria africana. Me contaba Samuel que, para él, la conga no es un simplemente un tambor, un instrumento: es una raíz viva.
- Atracción (Attraction): Melodías que se atraen, un bolero de aves en cortejo. Los motivos rítmicos se seducen, giran, se elevan.
- Fuerza al unísono (Strength in Unison): No hay solista sin bandada. Celebrar también es resistir.
Cuando el arte aprende a volar en comunidad
Pensé en los jóvenes artistas que aún no encuentran su bandada. Que ensayan en silencio, que a pesar de no tener espacio crean sin parar, componen, pintan, danzan. Pensé en ellos porque la música de Samuel Torres no solo hace homenaje a su pasado, sino que dibuja rutas de vuelo, de espacios en la creación.
Torres no se presenta como genio, sino como parte de un ecosistema. Su historia es ejemplo de constancia, comunidad y oficio. Su arte es vuelo colectivo.
A los jóvenes artistas: que esta danza de pájaros sea también suya. Que escuchen el canto del pasado como semilla, no como pieza de museo. Que vuelen juntos. Porque cuando el arte se hace en comunidad, la historia se mueve hacia la libertad.